Oteo el horizonte
del mar silente abierto
bajo un cielo estrellado
que invita soñar despierto.
Espero a mi amante
que viene de muy lejos
en un barquito velero
empujado por el viento.
No es por el mar
la zozobra
que ahoga mi aliento,
sino por las rocas
que cierran paso al puerto.
Me encaramo a la cúspide
de la roca más saliente,
antorcha en mano alumbro
cual faro no existente,
al puerto de mis amores
no se hunda a la entrada
el velero de mi suerte.
En esta noche de estrellas
de brisa aromática en sales
de un mar favorecedor
de sus olas amantes,
hasta la Luna brilla más
y sonríe abiertamente
cuando el barquito velero
entra triunfal en el puerto.
En alborozado encuentro
me reuno con mi amante
que a una insinuación mía
se retira a la bahía
donde damos rienda suelta
a tanto amor contenido
que en la distancia soñábamos
hacer físico algún día:
Amacados por el vaivén
del movimiento del velero
nuestros cuerpos se desnudaron
quedando pieles al viento,
nuestras manos se buscaron
nuestros labios se besaron;
fue tal embelesamiento
de unos ojos en otros, encontrado
que se izaron las olas
en las encrespadas ansias
donde barcas y timoneles
en carrera sin obstáculos
llegaron al unísino, sisueños
donde descansar el esfuerzo
que les llevó al infinito del cielo.
Leonor Rodríguez Rguez.
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